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EMILIA CORTÉS IBÁÑEZ
IN MEMORIAM GRACIELA PALAU DE NEMES
IN MEMORIAM GRACIELA PALAU DE NEMES
Emilia Cortés Ibáñez
Instituto de Estudios Albacetenses
Albacete, JCCM, España
eci100@telefonica.net
Cómo citar este artículo: Cortés Ibáñez, E. (2020). In Memoriam Graciela Palau
de Nemes, Al-Basit (65), 265-268. http://doi.org/10.37927/al-basit.65_9
Recibido/Received: 01-11-2020
Aceptado/Accepted: 10-11-2020
Conocí a la profesora Graciela Pa-
lau de Nemes (Camagüey, Cuba, 1919)
en Nueva York, en julio de 2001, coinci-
dimos en un Congreso Internacional de
Hispanistas. Fue un encuentro inespe-
rado que, sin yo saberlo, iba a marcar
mi campo de investigación y haría que
abandonase mis estudios sobre nuestra
provincia, para centrarme en una figura
de tono más internacional: Zenobia Cam-
prubí.
Graciela, ha sido la primera estu-
diosa de la vida de Juan Ramón Jiménez,
es su biógrafa. Ha estudiado su obra en
profundidad y le debemos numerosas
publicaciones sobre él. También se ha
detenido en su esposa Zenobia, preparó
la edición de los tres volúmenes del Dia-
rio de la mujer del poeta y, gracias a ellos, yo conocí a Zenobia.
Tres días más tarde de nuestro encuentro en Nueva York, nos veía-
mos de nuevo en su casa, en Maryland. Pasamos el día juntas con el mo-
notema Zenobia-Juan Ramón. Me llevó a la universidad para que viese
el edificio en el que el matrimonio dio sus clases; paseamos por los
lugares por donde ellos lo hicieron; llegamos a Riverdale-tan cerca de
su vivienda y de la universidad- para ver la casa en la que vivieron, la
praderita y los tan evocados olmos, además del vecino Leland Hospital
cuya proximidad había llevado a Juan Ramón a comprar esa casa. Ya en
su vivienda, Graciela me indicó la habitación donde los Jiménez habían
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comido en alguna ocasión y me mostró los cuadros sobre los que el
poeta le había hecho comentarios. Revivió su pasado.
Graciela los había conocido muchos años atrás, me lo contó, un
tiempo después -2008-, en una carta. Su encuentro con los Jiménez fue
en octubre de 1936, en Ponce, Puerto Rico. El matrimonio iniciaba su
exilio y visitaron la «High School» en la que ella estudiaba, y en la que
se graduaría para ir a la universidad. Graciela tenía entonces 17 años;
Zenobia, 49; Juan Ramón, 55.
En su carta me decía:
J.R. visitó mi clase, acabábamos de leer Platero. Por suerte o por
desgracia, se paró al mismo frente mío, contra el escritorio que
daba a mi pupitre, ya que me sentaban en la primera fila. Entre
mis rodillas y las de él había poco espacio. Yo, que tenía miles de
preguntas, no me atreví a abrir la boca. Esa noche, en la misma
escuela, aparecieron en el escenario de la Ponce High School,
rodeados de escritores locales y autoridades. J.R. habló. A Zeno-
bia la presentaron, dio un pasito adelante, sonrió y la aplaudie-
ron mucho.
Quiero que sepas que yo me sabía innumerables poesías
de J.R., muy leído en los primeros cursos de una estupenda es-
cuela elemental en la que estudié los grados primero a sexto, en
Camagüey, Cuba. […] Yo recitaba muy bien y me escogían para
hacerlo al frente de la escuela entera, los viernes, cuando tenía-
mos «convocación» para saludar la bandera, en nuestro unifor-
me de gala. Yo recitaba a J.R. al lado de la bandera.
Después, en Puerto Rico tuve un «novio» que me mandaba
recaditos con poemas amorosos de J.R.
Graciela hizo sus estudios universitarios en Vermont y, termi-
nada la II Guerra Mundial, ya casada, se instaló en la Universidad de
Maryland, donde daba clases, y continuó con sus estudios de doctora-
do. Y aquí, en Maryland, se produjo el segundo encuentro con los Jimé-
nez. Ella lo explica en su carta:
En el año académico, creo de 1947 (46 al 47), acabando de to-
mar el puesto, con oficina en el segundo piso del edificio Huma-
nidades, una señora que caminaba gracioso y sonreía me pre-
guntó quién era yo. Le dije. Al hablarle de Cuba y Puerto Rico,
me dijo: «Yo soy la Sra. Jiménez. Mi marido es el poeta J.R.J.».
¡Fue decirme ella eso y empezar yo a recitarle todas sus poesías
sin parar! Me dijo: «¡Si esta criatura conoce toda la poesía de mi
marido!»
[…]
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Empecé a hacerle preguntas a J.R. del Siglo de Oro, de la
historia de España y de América, etc., y de allí surgió que Juan
Ramón y Zenobia me invitaran a su casa para que él me ayuda-
ra con mis asignaturas. Y se volvió mi mentor. […] Y, a la hora
de escoger tópico para el doctorado, le dije que quería escribir
sobre él.
Zenobia […] salía mucho a almuerzos y tés (sin J.R., claro).
Me invitó a ir a su casa todas las tardes que no teníamos que
enseñar, así J.R. no se quedaba solo. Entonces, claro, ¿pedirle al
muerto si quiere mesa? Yo iba a cada rato.
[…] Cuando de veras conocí a la verdadera Zenobia fue
en Puerto Rico. Lo leerás en las cartas. ¡Cómo me ayudaba
leyéndole a J.R. todas las noches lo que yo escribía, diciéndome
o poniendo a mi disposición sus papeles en la Sala, que aún no
eran públicos. Ya J.R. no era el mismo, siempre enfermo, pero
ella aprovechaba para que yo lo interesara a él en sus cosas y él,
a veces, correspondía y me ayudaba.
Emilia, creo que ella es la persona a quien más he admira-
do en mi vida. Era recta, simpática, leal, agradecida, graciosa,
ocurrente. Me queda la satisfacción de haber intervenido para
que obtuviera lo que más deseaba para su marido, pero nunca
puedo evitar, al recordarla, que se me salgan las lágrimas.
[…] Zenobia y J.R. cambiaron el ritmo de mi vida y quería
que supieras por qué caminos los conocí tan de cerca.
Nos deja muy claro el proceso y la relación con los Jiménez.
Todo esto que me transmitió, por escrito y de manera ordenada,
antes, cuando la visité en su casa de Maryland, ya me lo brindó de ma-
nera espontánea, con sentimiento y reviviendo cada momento. Volví
en varias ocasiones y pasábamos el día sin parar de hablar del mismo
tema que nos unía, y ella acostumbraba a decir: «Estos días equivalen
a un curso de doctorado».
A mí, que ya estaba atrapada por la personalidad de Zenobia, este
encuentro con Graciela y las interminables conversaciones con ella me
llevaron más hacia la estela, hacia el rastro de Zenobia… Y cinco años
después estábamos presentando la coedición del Epistolario 1 de Zeno-
bia, acontecimiento que la trajo a Madrid, a Huelva y también a Alman-
sa. Comentamos, hablamos, surgió la figura de Guillermina Medrano de
Supervía; se habían conocido en Washington y sus vivencias la llevaron
a escribir “Guillermina Medrano de Supervía en Washington, que apa-
reció en Al-Basit, 2009. Le dije que sería un honor tenerla en el comité
científico de nuestra revista, y aceptó encantada.
Graciela volvió a España en 2010, a La Rábida, para participar en
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un curso de verano sobre Zenobia Camprubí. Después, poco a poco, se
fue apagando. Falleció en su casa de Maryland, el 28 de septiembre de
2019, pasados los 100 años.
Graciela, esa profesora joven, compañera de Zenobia, alumna de
Juan Ramón, que colaboró codo con codo al lado de Zenobia para con-
seguir el Nobel del poeta y que fue de gran ayuda para el matrimonio
Jiménez en los últimos años de vida de estos.
Cuando nos vamos, queda la estela de lo que hemos hecho, de lo
que hemos impulsado, y la estela de Graciela es ancha.