La Última Veleta

 En los 40 había once veletas en la ciudad, supervivientes de los estragos de la guerra que se llevó por delante cualquier cosa que se pudiera convertir en metralla, incluidas campanas, rejas y picaportes. Por citar recursos domésticos y ornamentales de cuyo uso podía prescindir una sociedad enfrentada. Muchos fueron desapareciendo paulatinamente. La construcción rural nunca renunció a la veleta, como si no pudiera pasar sin conocer la dirección del viento. Había tardado mucho en adoptar el pararrayos, sin que por eso cambiara el paisaje urbano, fenómeno que sin embargo se produjo con la llegada de la televisión, en el otoño de 1956, cuando surgió un alfiletero de miles de antenas en los tejados, junto a las viejas chimeneas.

La veleta, en todo caso, fue un motivo más ornamental que práctico. No sé -y disculpen la frivolité- si porque aun no se sabía que la respuesta está en el viento, la hermosa metáfora del poeta. Se las veía dar vueltas en lo alto de cualquier torre, compitiendo en el cielo con palomas y vencejos -aún no teníamos estorninos- casi todas iguales con el remate de un gallo, según el modelo clásico, y lo que en Andalucía era una giralda, hasta darle el nombre a una torre mundialmente famosa de Sevilla, aquí era un simple soporte de hierro con su cresta erguida en un edificio. Muy lejos de la veleta más grande del mundo que está en Jerez y también de la más antigua conservada que es el gallo de la colegiata de San Isidro en León.
La veleta de Carretas se instaló cuando construyeron el edificio que la sostiene, en los años 20. Aun no existía el mercado de Carrilero y Muñoz, que se inauguró en 1924. La plaza llevó el nombre de Don Pablo; como suele repetirse en el callejero urbano, se cayó del cartel, para adoptar el actual, que también le quitaron dándoselo a Mateo Víllora, un veterinario héroe de la epidemia de cólera de 1855. La casa era propiedad del industrial Juan Buendía, y a ella se fue a vivir con su familia Paco 'el Torero', hijo de 'Mancheguito', el primer matador de toros de Albacete. Allí reside todavía su hija, mi prima Pepita, y sigue abierta la carnicería de los hermanos.
 
El 19 de febrero de 1937, la manzana fue víctima del octavo de los diez bombardeos que sufrió la ciudad durante la guerra. El director del Instituto de Estudios Albacetenses, Antonio Selva Iniesta, publicó un cuaderno sobre aquel suceso y recientemente expuso en una conferencia detalles inéditos del ataque protagonizado por la alemana 'Legión Cóndor'. Nadie durmió en el barrio desde que sonaron las primeras sirenas. Inmediatamente se desalojaron las calles, se apagó el alumbrado público y la gente buscó los refugios antiaéreos. El zumbido en el cielo de los avones justificó la alarma. Habían entrado por el oeste dos aparatos que arrojaron algunas bombas en la periferia urbana y al rato se fueron por donde habían llegado. El ataque duró unos cinco minutos. En el interior de los refugios se produjo una calma tensa, tras los primeros momentos de confusión e histerismo.
 
Porque tras la primera incursión, otro aparato voló en las proximidades de la Feria lanzando algunos artefactos que causaron importantes desperfectos y algunas víctimas. Pero fue el centro el más acosado, desde las nueve de la noche, con impactos mortales y destrozos en algunos edificios. Y así hasta la una y veinte de la madrugada. Algunas otras explosiones se produjeron en las calles Marzo, Tinte y Hurtado Matamoros. El balance oficial de la jornada fue de treinta muertos -la prensa elevaba la cifra a 83- y un centenar de heridos. Entre las víctimas figuraba el jefe de la guardia municipal, Carlos Herráez Granero, el director de la Escuela Normal, José María Lozano López, y un comandante de las Brigadas Internacionales. El bombardeo se llevó por delante, en la acera objeto de esta crónica, el taller de un popular guitarrero y la barbería de mi tío Urbano, que quedó totalmente destruida. El popular café 'El Progreso', más conocido por la 'Caja de Cerillas', también resultó afectado por un proyectil. Como la verja de enfrente de la Diputación. La amenaza de nuevas pasadas y la falta de recursos no impidió a los vecinos ver días después 'Las Leandras' en el Teatro Circo.
En cuanto al edificio de la veleta registró desperfectos, pero la simple figurilla de hierro ni se alteró. Casi ochenta años después, sigue en su sitio. Hace unos días los operarios repasaron el sistema giratorio, deteriorado por el tiempo, que producía molestos chirridos. Ya está otra vez como nueva.
 
Había sido forjada por el cerrajero albaceteño José María Montero Cuartero, en su taller de la calle San Sebastián, cuya obra artística. Que realizaba por encargo, era muy apreciada en aquella época, prestigio que supieron mantener sus sucesores y quienes trabajaron a su lado, una auténtica saga del hierro. En competencia abierta con el maestro Tejados, autor, entre otras obras, de la peineta luminosa que corona la 'Fuente de las ranas', que se perdió y que desde hace unos meses tiene la réplica actual.

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