Las togas albacetenses cumplen 175 años

La toga bajo el brazo, una cartera llena de folios de sumarios y procedimientos, y la determinación de defender la correcta impartición de la justicia. Es la labor que cada día realizan centenares de abogados albaceteños, y la labor que han realizado desde décadas, prácticamente desde el nacimiento de Albacete como provincia. Y es que el Colegio de Abogados, el Ilustre Colegio de Abogados de Albacete, estará de aniversario este 2013 en el que cumple 175 años. Una efemérides que llega en un momento de importantes cambios para el gremio, aunque un vistazo a la historia de la institución albacetense sirve para observar que los retos y los cambios decisivos nacieron también a la vez que la entidad.

Esbozar -con la venia del gremio- la historia del Colegio de Abogados en Albacete nos lleva a 1838, cuatro años después de que se creara la Audiencia Territorial de Albacete. No obstante, el lugar de nacimiento de la institución no fue Albacete, sino Cartagena, una circunstancia que tuvo que ver con el cólera y con los efectos de las Guerras Carlistas, que fueron «trasladando» la sede de la Audiencia Territorial (a Hellín, Murcia, y hasta Peñas de San Pedro), y con ella los abogados y el resto de la planta judicial existente.

El recientemente elegido decano del colegio, Julio García Bueno, es a la vez uno de los mejores conocedores de la historia del Colegio de Abogados, y en particular de aquellos primeros años, interesantes por cuanto ya asoman algunos debates todavía presentes, como la obligatoria o voluntaria colegiación: «Desde 1812 hubo muchas días y venidas sobre si colegio sí o colegio no, y ya aparecen las dudas sobre la validez de los títulos, el intrusismo... La colegiación quedó como obligatoria, y la forma de hacerlo era que el juez de Primera Instancia o el regente de la Audiencia se dirigiera al abogado más antiguo para que se encargara de crear el colegio», explica el decano.

Julio García Bueno recoge la historia pormenorizada de estos primeros años en un trabajo que publicó en el Instituto de Estudios Albacetenses, llamado Los abogados de Albacete y su colegio desde su fundación en 1838 a 1852. En la obra se cuenta cómo un cartagenero, militar retirado como era Antonio Lafuente y Oquendo fue el primer decano del Colegio de Abogados de Albacete, aunque el colegio mandó un oficio a los abogados que permanecían en la provincia para que pudieran votar, y los abogados albaceteños enviaron sus votos. El ánimo «combativo» de la institución albaceteña es ya evidente en las primeras reuniones, señala el autor de la publicación, también con la polémica por la colegiación no obligatoria: «Existe en las actas un informe que el Colegio de Albacete mandó al regente de la Audiencia para que se hiciera llegar a la Reina, indicando la conveniencia de que los colegios existieran como punto de encuentro; es un alegato muy bonito que se conserva».

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